sábado, noviembre 25, 2006

1ª ÉPOCA: La Cámara de La Luz.

Elay abrió los ojos.

Miró anonadada a su alrededor. Estaba de rodillas. Justo en medio de un símbolo tallado en un tosco suelo de piedra. El mismo símbolo que le había llevado hasta allí. Una galería circular la rodeaba, y más allá, en todas direcciones, un sinfín de columnas que se perdían en la oscuridad. Una silueta se empezó a dibujar ante ella, se acercaba, cada vez más, un hombre alto, con el porte de un caballero. Ropas ricas, de un azul oscuro, casi negro. Tenía la mirada perdida, pero fija en el suelo que pisaba, cayéndole el pelo rubio y cano sobre los ojos.

Al llegar a la galería levantó la mirada, mirándola desconfiado, llevó la mano al mango de la espada y desenvainó en un instante, mientras avanzaba, colocando la hoja a pocos centímetros del pecho de Elay.

-¿De dónde has salido?- dijo una voz fuerte y rota a la vez.

-Yo... - Sentía temblar todo su cuerpo- No sé como he llegado aquí...


-¡Bahertes!- Una voz femenina increpaba al caballero, debía estar detrás de ella-¿Qué estás haciendo? ¿Cómo puedes descargar tu ira en una niña? ¿Dónde está la razón?

-Acaba de aparecer ante mí.- Gritó acercándole aún más la espada. -Brujerías como esa me hacen desconfiar.

-Te hacen desconfiar... Tu te criaste entre magia, el pueblo azul nunca ha desconfiado de ella... ¿No recuerdas a los sacerdotes que te ensañaron? ¿No recuerdas sus poderes curativos? ¿No confiabas en su sabiduría? ¿No recuerdas a tu hermana? Claro que no... Como ibas a recordar a un ser tan increíble, de tu propia sangre, que tú mismo desterraste... No lograron matarla, pero tú lo conseguiste. La acusaste sin razón, sin motivo. Como a esta niña.

-¡Y quién eres tú para juzgar las decisiones de un Rey!- gritó enfurecido.
-Mis desdichas son fruto de tus decisiones, ¡de tu cobardía! ¡De la cobardía de un Rey! ¿No puede un soldado que lucha por un reino juzgar a un Rey desorientado? ¡No tiene derecho cuando arriesga su vida por él!

Bahertes bajó la espada.

-Llévatela fuera de Abdarelth. Y piénsatelo dos veces antes de volver a la Ciudad Azul. Porque tú nunca has luchado por tu rey. Sólo por una diosa que a nadie protege. La guerra se acerca, y no quiero a traidores cerca de mí.

-Tú, Bahertes, hijo de Dathaer, de quien no mereces serlo, te arrepentirás de esto. Te arrepentirás de todas y cada una de las decisiones tomadas durante estos años. Te arrepentirás de no intentar parar esta guerra. Aunque todo esfuerzo sea inútil para detenerla.







viernes, noviembre 24, 2006

Nostalgia + hastío = examen


Quiero verano, playa, sol y viajar. ¿Es mucho pedir?

martes, noviembre 21, 2006

1ª ÉPOCA: La Síbile de Elayhes

El centro comercial había quedado en penumbra. La tienda de antigüedades se encontraba en la parte inferior. Siempre le había inquietado su presencia allí, sus extraños objetos, sus libros, sus amuletos. Objetos olvidados, sin dueño, sin destino, en aquel agujero lúgubre que no encajaba en su entorno, que no parecía pertenecer al Centro Comercial.

Fue hasta el extremo norte, hacia las escaleras. Bajó dos plantas y llegó a la más profunda. En aquel gran pasillo la oscuridad invadía las tiendas, siendo sólo visibles las persianas enrejadas que las encerraban. El suelo marmoleo reflejaba las tenues y amarillentas luces de emergencia. Las vitrinas de la platería se intuían al tomar el pasillo de la izquierda. Al fondo, el Érebo, que así se llamaba la tienda de antigüedades, resplandecía ante las luces ocres del escaparate. Carecía de reja alguna. Sólo un cierre, el escaparate y la puerta de madera tallada en infinitas espirales, como el tronco de un árbol viejo y azotado por la lluvia. Y cristales enmarcados en bronce. Se quedó mirando la vitrina. Los innumerables objetos, los relojes, metales celtas, puntas de flecha... Pero uno le llamó especialmente la atención. Era de madera y cobre, tallado, y en el centro tenía un extraño triskel incrustado en zafiro, encerrado bajo un cristal, y en el centro, un eje helicoidal de un cobre más pulido que el resto. Acercó la cara al cristal, hipnotizada por aquel artefacto, y al apoyar las manos sobre el cristal... la puerta se abrió suavemente. Contrariada por lo inaudito del asunto, pero dominada por el deseo de tocar el triskel se deslizó al interior, y sin avanzar un paso más, alargó la mano y lo cogió. Lo acarició y el cristal se deslizó en un instante. El eje quedaba libre, y bajo el, el triskel. Se llevó la mano al cuello, y en un leve movimiento abrió el cierre del colgante que pendía de su cuello desde siempre. Sacó el colgante azul de la cadena. Tres triskels mas finos, con uno de sus brazos más alargado. Los acercó, uno a uno al eje, dando vueltas infinitas se deslizaron hasta la base, y sin ejercer presión alguna el cristal volvió automáticamente a su lugar. Y comenzó a desprender luz, mientras las agujas empezaban a girar, cada vez más rápido, a medida que aumentaba la intensidad de la luz que la envolvía y...

Más luz de imaginación en... Cuentacuentos