jueves, abril 08, 2010

V- Los muertos no necesitan aspirina, sólo seguir siendo inquietantes. Y aterradores.




En un camastro desvencijado Joel jugaba con un roído antifaz.
-Es divertido saber cómo los engañas a todos, Eric. -Mientras él se terminaba de vestir, yo me ceñía el sombrero y cogía las llaves para salir de aquel piso tan cutre de Sant Boi.
Joel... Joel era para mí otro pobre diablo con el que jugar un rato. Un compañero de trabajo algo especial. Curioso, social, pero increíblemente raro. Con grandes paranoias sobre la muerte, que descubrí un día dibujadas en un cuaderno (negro) de anillas que llevaba siempre consigo.
-Lo sé. Si quieres que siga siendo una diversión. Espero que te mantengas callado. Seguro que si hablases, El Animal vendría a por ti.
-¿La muerte? ¿No es que elige al azar? -Y ya andábamos juntos calle abajo.
-Hasta que ve peligrar su propia vida. Entonces empieza a ser calculadora, y tétrica.  Y... bueno, todo lo demás. -Me giré hacia la carretera y paré un taxi.
-Pero... si yo pudiera usar un disfraz tan bueno como el tuyo... no algo como éste antifaz, -mientras, se lo ponía, con los ojos tornados al blanco, haciendo que el taxista nos mirase, rechazándonos- ...tan fácil de descubrir.
-Mi disfraz tiene un alto precio. Aunque, si quieres, podemos probar...
-¡No! Déjame. Vivo estoy bien. Cuando me consigas un trato tan bueno como el tuyo, ya hablaremos.
-Esto no es un trato. Es una maldición. Que he decidido disfrutar.
-¿Buscando a no-muertas en locales de alterne? ¿He entendido bien?
-Exactamente. -Y tras un ademán de despedida, salí del taxi, y desaparecí tras el portón rojizo del local.

***

Portaba un traje negro de exquisito patronaje. La camisa blanca, abierta. Caminaba sin un destino concreto, vagabundeando por el local. Sorteando las puertas a través de las que mirar, o no. A su capricho... y a su entera disposición.
Empezó a escribir en un papel arrugado y entonces se volvió y se acercó a mí. Su nariz casi rozó el contorno de mi rostro. Y empecé a temblar. Me acarició levemente el brazo, y luego me dio el papel, sin tocarme, pero sin alejarse de mí, hasta que estuvo seguro de que me tenía sometida a un miedo lo suficientemente atroz.

Y desapareció.

Me senté. Y empecé a leer una carta. Destinada a mí. Aunque yo me llamase de otra forma.


"Amara,
Me robaron el recuerdo de un tiempo, quizá fue un instante, en el que respiraba junto a ti.
Perdóname por lo que te hice.
Y por lo que queda por venir."



_________________________
Más popi-historias en... El Cuentacuentos :)