martes, septiembre 14, 2010

Amor a El Papel



A pesar de su actitud, decidí seguir la relación con él. El Papel y yo habíamos tenido mucha historia juntos... 


No recuerdo cual fue la primera vez que me puse en frente suya y empecé a escribir en él palabras que surgían espontáneamente de mis pensamientos, de las recónditas entrañas de mi imaginación. Creo que yo era muy pequeña, tiempos en los que el orden, la sintaxis y la puntuación no importaban, cuando los renglones de libreta eran simples líneas que ignorar, dando lugar a curvas y picos, acercándose a los dibujos de palabras.



Desde entonces habíamos tenido algún que otro encuentro, esporádico, pero que no llegaba al amor, sólo al encaprichamiento. Aquello sólo era un placer efímero, nunca más de una o dos horas.


Años después, descubrí que el modular mi voz no era suficiente para expresarlo todo, que había cosas que nadie podría escuchar, sólo leer; en fin, que había cosas que sólo se podían expresar mediante el lenguaje escrito: haciendo el amor con El Papel. Entregándole todo mi cariño, toda mi ternura... y a veces, todo mi odio. El acto es todo emociones, no se puede racionalizar y la mayoría de las veces, es incontrolable.


Pero entonces llegó la madurez (si, la adolescencia, pero siendo un poco más viejos). El Papel empezó a amarillear y como respuesta, yo racionalizaba todo lo que tenía que escribir en él, tanto, que al final tanta lógica mató a la imaginación. Y El Papel y yo caímos en la rutina, ya no había palabras nuevas, sólo frases lógicas, perfectamente construidas, pero sin alma. Ésta falta de vitalidad lo empezó a gastar, casi se volvía transparente, pero yo insistí. Insistí en hacer el amor con él al menos una vez a la semana, con la esperanza de que El Papel recuperara aquel vigor perdido, aunque tuviese ya el aspecto de un anciano.






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domingo, septiembre 12, 2010

No hagas eso.