lunes, abril 30, 2007

El título de aquél libro llamó poderosamente mi atención.

Perdí toda la esperanza al leerlo. Conocía mi destino. Estaba demasiado cerca como para prevenirlo.

Seguía atada a la silla,
sin poder moverme, sin poder huir. Sin poder impedir que el tiempo pasase.
Que el segundero del reloj que tenía enfrente
no dejara de girar y girar.
Ese sonido constante que martilleaba mi cerebro.
Lo odiaba.
No podía detenerlo.
Era claustrofóbico.
Una habitación blanca.
Al principio sólo veía tres de sus paredes. Yo estaba en el centro de la habitación
con los brazos y las piernas atados.
Incluso una cuerda me inmovilizaba el cuello.
En la pared de enfrente, un reloj que sólo podía atisbar si alzaba la mirada.
Giraba en sentido antihorario.
La cuenta atrás había empezado a las seis en punto. Sabía que terminaría pero no cuando.
Eran las doce y un minuto.
Sabe Dios si realmente era esa hora.
Si esos segundos interminables en realidad lo eran.
Si todo aquello era real.

Intenté girarme.
No sé porqué tenía tanta insistencia en que no viera lo que tenía tras de mí.
¿Qué me ocultaba?
¿Qué podía ser?
No lo entendía. No tenía sentido.
¿Mi secuestrador estaba allí?
Mirándome.
Como a una simple mosca a la que le ha arrancado las alas.
Inmóvil. Fácil de aplastar.

Me había secuestrado y ya lo tuteaba. Aunque sólo fuera en mis pensamientos.
Porque la cinta plateada no me dejaba mover ni la mandíbula.
¿Síndrome de Estocolmo?
No. Dios sabe que nunca querría a un cabrón como aquél.

Empecé a mover las puntas de los pies. Era realmente costoso.
Me tenía inmovilizada casi totalmente.
Al menos podía parpadear.
Pero con cada movimiento

la cuerda me permitía unos milímetros más de movilidad.
Giré. Giré. Giré.
Giré como si los 180 grados fueran miles de vueltas.
Me estaba costando mucho, pero lo estaba consiguiendo.
Una estantería enorme.

Y un sólo libro

"Muere"

Y una bala me atravesó la sien. La vi caer junto a la estantería, habiéndome destrozado antes el rostro.
Entonces, la plata de la bala y la efímera palabra de aquel libro se difuminaron y la gran oscuridad la sustituyó.
Fue lo último que vi.
Plata.



________________________________
Más historias en...
El Cuentacuentos