jueves, noviembre 09, 2006

...y al verte quiso gritar, y no pudo más que susurrar...

Y la última hoja cayó. Y nada volvió a ser como antes.

martes, noviembre 07, 2006

Y tenía la esperanza de que, por una vez, todo ocurriera como lo había imaginado... La Sombra del Viento



Quiero mis propios libros, lo tengo decidido. Sé que es bonito dejarlos y que te los dejen, pero quiero que un ejemplar en especial sea mío. La Sombra del Viento. Porque cuando se lo devuelva a mi tío va a estar hecho trizas, y no me gusta dañar los libros, me gusta devolverlos intactos, perfectos... Pero es que paso tantas noches leyéndolo que ni siquiera me doy cuenta... Quiero hacer notas en los márgenes, como Jess de Las Chicas de Gilmore. Quiero continuar la historia en mi cabeza, con mi propia imaginación como pluma, tras cada palabra que leo. Es genial, es fantástico. Me recuerda enormemente a El Caso Savolta. Con esa Barcelona amable (o no), y bella, pero siempre Barcelona, con esos personajes geniales. Tengo que decir que los de Zafón son mejores, o al menos eso me parece, pero encuentro similitudes entre Daniel Sempere y Javier Miranda que me encantan. Y el hecho de que toda la historia se base en un libro. Que al fín querré leer La Sombra del Viento de Julian Carax, exista o no, sea un pretexto o una realidad, y ver esos pomos con cara de diablo, y perderme en el laberíntico cementerio de los libros olvidados, y quizás, quien sabe, encontrarme con Daniel, y que me cuente la misteriosa historia de Julián Carax. Tengo ganas de ir a Barcelona. Muchas, enormes. Porque aunque nunca haya entrado su imagen en mi retina, quizás tengo una visión más nítida de ella gracias a los libros. Tengo ganas de ir a Barcelona y darle la mano, conocerla.

Y si habéis llegado hasta aquí, llevad vuestros ojos un poco más abajo, y os mostraré Yrëmdil. Que ojalá llegue a ser tan carismática como la propia Barcelona.


lunes, noviembre 06, 2006

1ª ÉPOCA: Hardurk Oscura, helada

-Esta noche, a las doce en punto, nos veremos en Hardurk. Estoy seguro de que Auralav se refugió allí tras salir del Gran Salón. Debemos ayudarla.

-¡Ha matado a dos generales! Dudo que necesite ayuda, Kahré. Está fuera de sí. Esa no es la Aura de la que nos hablaba Angel. Esa Aura ha muerto con él... Tienes que comprenderlo de una vez.

-No podemos dejarla así. Se convertirá en un peligro hasta para sí misma.

-No puedes arreglarlo todo. Hay cosas que escapan a tu alcance. Ni siquiera comprendemos de dónde sacó su poder. Angel nunca nos habló de ello. Eran conocedores de los bosques, pero no hechiceros.

-Te puedo asegurar que Auralav no es simplemente una bruja.

La cueva estaba al sur, a los pies del lago, donde sus aguas saladas se adentraban hasta el corazón de la roca, allá donde ni la luz ni las plantas llegaban. Era el único lugar por donde quizás podrían acceder a la torre. Una torre gris, una torre oscura, como su nombre indicaba, rodeada de un bosque de troncos negros y hojas opacas, que impedían la entrada del más mínimo rayo de sol. Decían que había sido una fortaleza militar, pero todo desapareció, excepto la torre, el día en el que aquel mar se convirtió en un lago. No tenía puertas, no tenía grietas, ni sillares caídos por los que entrar, nada. Por eso intentarían entrar por una posible fractura en los cimientos, que se hundían hasta las cámaras subterráneas del gran lago.

Remaron hasta ella, en un pequeño casco de madera al que le entraba agua. Las nubes ocultaron una luna llena, una luna roja, de sangre y fuego. Pero la cueva se mostraba aún más lúgubre que la noche. Terriblemente enorme, pobladas sus paredes de las raíces de los árboles negros. Llevaban ya un rato remando sobre las aguas muertas cuando las nubes se apartaron, y la luz bronce de la luna se coló por las ruinas, mostrándoles la parte inferior de la torre oscura. Bajaron de la barca y la postraron en las rocas. Escalando hacia la entrada de Hardurk, que no estaba en la superficie, sino, extrañamente, en aquella cueva, al pie del mar.

La puerta estaba sellada. La gruesa madera estaba unida mediante acero fundido, infranqueable, pero una de las entradas laterales no lo estaba. Kalel bajó corriendo hacia el casco, volviendo con un hacha con mango de piedra. A punto estuvo de caer en la mar muerta, con el hacha en el pecho.

No tardaron demasiado en derribar la entrada alternativa. Aquello no tenía sentido, pero aún así entraron en las entrañas de la torre. El aire olía a polvo y a ceniza, viciado hasta secar la garganta. Lo único que había era una escala de piedra que subía hacia el infinito. Subieron quizás tres o cuatro pisos, quien sabe, no había puerta alguna. Y el aliento se les congeló. El vaho de sus propios pulmones les rodeaba. Una terrible sensación les invadía... y un escalofrío.


Historias para no dormir en... Cuentacuentos