Los sifones me aburren...
Hoy casi hace "el Sol de Granada" pero no termina de despuntar.
Sigo dudando.
Sigo sin musas que me permitan continuar cualquier relato.
En fín. Sigo sola.

Thira

Cuando al día siguiente subí a cubierta, el aspecto de la isla había cambiado por completo. Pero lo que no sabía era cómo seguíamos allí. Vivos.

Ante la destrucción que invadía la isla, el que nosotros nos halláramos ilesos debía de ser algo concerniente a conjuros, maldiciones o a una extraña y afortunada coincidencia. La gran ínsula, en la que nuestros ojos se habían posado por primera vez en nuestras vidas la víspera, se hallaba desmembrada, reducida a pequeñas cenizas de roca que salpicaban el mar agitado. Su visión no evocaba el más ínfimo recuerdo de lo que había sido.

Se había hundido el corazón de la isla, y había dejado una profunda caldera en el centro.

Reclat se hallaba encaramado en el más alto mástil intentando comprobar la situación del puñado de embarcaciones que habían permanecido como la nuestra en el antiguo y anteriormente abarrotado puerto de Therasia.

Iniciamos la marcha hacia la nave más cercana. Se hallaba vacía. Como si la tripulación entera se hubiera evaporado de repente. Arodhes creyó escuchar un crujido. Bajó a la bodega de proa y encontró bajo unos maderos y varias cajas un arca. Lo que encontró dentro fue un muchacho aterrorizado. Incapaz de hablar, o de moverse.

-Seguramente teme que al abrirlos aparezcan de nuevo ante él los horrores que hicieron que sus compañeros desapareciesen.

Y creí que las palabras de Arodhes tenían mucho de cierto. Y le di gracias a los dioses por habernos librado de un sufrimiento por el que nuestros ojos habrían quedado sellados para siempre.

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¡Estoy por decírselo hasta a mis primos de 14 y 16 años!