Interludio con olor a tierra mojada
Ñííííííííííííííííííí!!! ¡Uff! ¡Que frenazo!
Embalada a todas horas, sin parar ni un momento... Sin dejar de cansarme de algunos de los que me rodean... Si, he hundido el pedal un instante, y creo que la culpa de todo la tiene la lluvia. Exacto, esa lluvia que aunque dure un momento te hace abrir la ventana y asomarte. ¡Cuánto tiempo hacía que no nos veíamos! Como saludando a un viejo amigo que te encuentras por la calle... Pero el caso es que huele a lluvia, y me estoy quedando con las ganas de que llegue otra tromba de agua, y así, ir a la calle y dar una vuelta. Porque nadie va andando. Solo tú con el paraguas, que siempre será un accesorio opcional, intentando acercarte a la naturaleza con la que habías perdido el contacto hace ya mucho tiempo atrás.
Recuerdo un día que llovía. ¿Hace cuánto fue eso? Llovía a cántaros y subí desde la facultad a casa andando... El 1 me adelantó... Y vi a alguno que otro de los que iban apretujados en el autobús, mirándome, ¿con envidia? Bueno, a mí me pareció eso... y entonces me di cuenta de que era la vez que más me había gustado ir andando por aquel camino que tanto recorro.
El otro día, más bien hace dos años casi, me quedé a comer por los campus con Eli... Sí, una pizza del Mundisalado, no os voy a engañar, comimos en un banco y más de un incrédulo que mirando al cielo y a nosotras, se preguntaba que hacíamos por allí. Empezó a llover. Nos refugiamos en un quiosco. Aminoró un poco. Y corrimos hasta Ciencias, cuando entramos, nos volvimos, y entonces si que empezó a llover de verdad. Fue como jugar al pilla-pilla con la lluvia.
Cuando llueve echo de menos mi antigua casa. Tuve el campo enfrente durante quince años y ahora es cuando más me apetece verlo, cuando se nubla el cielo y empieza a llover.