martes, marzo 16, 2010

"Ahora me viene a la memoria la historia del buhonero de tres patas y las hijas del mercader. Al parecer este mercader nació al amanecer de un extraño dia de Enero, y poco antes de nacer, tres estrellas vio caer.
Una era Halata, brillante y blanca, la menor, inocente e imaginativa, ingenua o... joven, simplemente joven.
La siguiente era Evehna rubia, amarilla, algo mayor que la anterior, pero su estela seguía teniendo la misma vitalidad, y casi la misma cantidad de polvo mágico.
Carinae era la peliroja, la mayor, la más madura, sensual, la más mágica y enigmática.
Y cómo aquel bebé había visto caer, al mismo tiempo que su alma del Edén, aquellas tres estrellas, al fondo del oscuro mar, decidió, dos decadas a lo más tardar, irlas a buscar.
Y tras miles de amaneceres... volvió a aquel lugar. De plazas, una a continuación de otras, en las que entraba, a veces, el mar, a visitar, y donde hasta un sólo pelo de diosa, se podia intercambiar por cualquier cosa que se pudiera imaginar.
El joven vio cerca al mar, dejó que sus dedos blancos le acariciaran, se quitó las haraposas botas, y se sumergió sin vacilar.

III- Los muertos no necesitan aspirina, sólo sumergirse en odio.

No sabía si era defecto o virtud. Pero la ambición me succionaba la piel, los músculos, los órganos, el alma (si es que me quedaba algo de ella). Poco a poco, tan lentamente, que cada acto que yo me atrevía a cometer, contribuía un milímetro más a que la mecha se acortase, acercándome, cada vez más a la traca final a la que me vería sometido. Claro, si seguía con mi adicción.


La veía al lado mía. Dormitando. Sin vislumbrar su destino. Tan caliente y cómoda entre las sábanas. Me puse a los pies de la cama, agachado, al lado de ella, y empecé a rozarle la pierna con el canto de la mano, empezando en el tobillo y subiendo, emitiendo un leve sonido, como si la estuviese cortando. Y bruscamente, se movió. Pero porque le hacía cosquillas, no porque me temiese.


-Qué bonita forma de despertarme- dijo, pasándose la mano por el flequillo para apartarlo y dejándome descubrir unos ojos sabor miel. Que me encantaría ver sin esa chispa que los ilumina, como tantos otros.
-Amara...- le dije, subiendo la mirada desde su pecho hasta a aquellos dulces ojos.
-Dime.
-Deseo... Quiero... Perdóname. O mejor, no lo hagas(así me recordarán siempre). -Se notaba la tensión en sus hombros, no estaban nada relajados, y en sus manos se veía que estaba alerta, preparada para lo que viniese.- Te amo, pero deseo matarte.


Yo no la amaba. Ni siquiera le tenía cariño.


En aquel momento Amara vió toda la verdad de mi ser a través de mis ojos. Vio que nada brillaba. Sólo una necesidad corporal. La de acabar con ella.


Corrió por el pasillo. Sabía que le acompañaba la extrañeza de que su atacante no la perseguía. Ilusa. Las cosas no son como las películas. Siempre son algo más macabras.


Sacó con apuro el revólver del primer cajón de su escritorio, y cuando se volvió se asustó aun más. Yo estaba parado en el quicio de la puerta. Esperando con avidez su reacción.


-No puedes matarme. No eres capáz, Amara.
-¿Ah no?


La traca había llegado.


Me desplomé. El mundo entero se fundió al negro. Y me encontré tras de ella.


-Hola Amara. De nuevo.


Y se volvió, paralizada, viendo una aparición. Un desconocido que invadía su despacho, y que hablaba de manera semejante a la de su novio difunto, al que le acababa de disparar en el pecho.


Me acerqué a ella y abrazándola, le quité el revólver.


-Tranquila, yo me ocuparé de ésto.