domingo, diciembre 02, 2007

El poder de una Rapaz


Las turbulencias presagiaban lo peor. No sabía dónde estaba, porque me podían haber trasladado cien kilómetros o más. Pero sabía que el lugar a donde me habían llevado estaba siendo atacado. Pero… ¿Por quién?

Era una celda de piedra, así que no era un simple poblado, se debía de tratar de una ciudad o de un cuartel. El puñal que aún conservaba era inútil contra aquella construcción.

Intenté usar la Síbile, pero era inútil. No sé si no funcionaba por mi falta de esperanza. Por saber que al haber sobrevivido al ataque de las Rapaces, mi vida no duraría mucho. Estaba segura de que el jinete de la Rapaz le había ordenado no despedazarme porque conocía mi identidad. Y eso era ya suficiente para condenarme a muerte.
Si lo que estaba sucediendo allá fuera no acababa antes con mi vida.

Intenté buscar una ranura, una piedra mal colocada en alguna de las paredes de aquella diminuta estancia, era imposible. Me volví hacia la puerta e intenté desplazar el ventanuco por el que solían darle algún hueso o sobra a los presos. Después de tirar varias veces con fuerza la madera se deslizó. Por una ventana próxima se atisbaba una ciudad en llamas. El estruendo y los temblores eran cada vez mayores. Me asusté al ver una pequeña figura harapienta pasar corriendo ante mí.

-¡¡Ey!! ¡Espera un momento! Libérame tal y como tú has escapado.- El viejecillo se detuvo y se puso frente a mí. Sin mediar palabra metió varias llaves en la cerradura, hasta que acertó y pude salir. Salió corriendo antes de que pudiera darle ni tan siquiera las gracias.

Corrí hacia el lugar a donde había ido el viejo vagabundo, al final del corredor había unas empinadas escaleras de caracol, subí y llegué a las almenas de la muralla, los arqueros y vigías habían desaparecido, cogí un carcaj que había sido abandonado en plena huída. Un fuerte destello azul me sorprendió en aquel instante. Procedía del centro del pueblo, del que procedían las turbulencias, del Palacio de los Capitanes. Pero a pesar de ello, varios grupos de soldados permanecían allí intentando penetral en él. Me dirigí hacia allí lo más rápido que pude. Sólo unas pocas personas, de las que yo conocía, eran capaces de provocar algo como aquello.

Cuando estaba a punto de llegar allí algo me agarró de la capa.

-¡Seth! ¿Qué está ocurriendo?

-Nedaith está allí dentro y necesito que me ayudes, Keira, porque creo conocer una entrada.- Volvimos a la muralla, y recorrimos largos corredores, hasta llegar a una gran estancia donde se almacenaba armamento. Seth se acercó a una hilera de arcos tapiados, dudó durante un instante pero al fin se decidió por uno. Pronunció un extraño conjuro en Emdo y destruyó parte del impedimento. Reptamos para poder atravesarlo y nos encontramos con unas escaleras que descendían. Bajamos y bajamos, y al fin nos encontramos con una reja cerrada con un candado. En aquella ocasión el casi romo y duro puñal sí me era útil. Partí el candado y ascendimos hasta encontrar otra puerta que sí estaba abierta. Un ruido ensordecedor nos hico retroceder.

-Déjame ir o morirás. Has visto que no soy rival para ti.

-Mátame y vete entonces. Pero sé que no destruirás con tu poder a toda esa gente que me protege sabiendo que son inocentes. Y que no arriesgarás la vida de los acólitos que están presos en mi cárcel.

-Eso ya no le debe preocupar.- Seth entró al Gran Salón y vio que un Capitán se protegía con un escudo sagrado mientras que varios Guerreros de Ekros morían a su alrededor.

Nedaith mantenía un rayo azul que atacaba al Capitán, pero el escudo contrarrestaba su poder, por ello Seth se unió a la Sacerdotisa Dandehlion para intentar derrotarle. La tierra se resentía ante tales ataques, y el palacio temblaba, y la cubierta de la sala en la que estaban empezó a derrumbarse. Pero nada hacía que el escudo se debilitase, hasta que en un rápido movimiento conseguí abordar al Capitán por detrás y ponerle la hoja de mi puñal en su tensa garganta.

-Suelte el escudo, porque ya no le sirve de nada.- El capitán bajó el escudo, y en el momento en el que le dejé libre, la misma Rapaz que me había capturado descendió a la estancia desde la cubierta, alzando a Nedaith y haciéndola morir entre sus garras.

Seth lanzó un rayo azul a la maldita ave, y huimos hacia el pasadizo.

Nedaith había muerto, y sería una desgracia terrible para los Dandehlion Talekh.


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